Son las dos obras mayores de Tsugumi Ohba y Takeshi Obata probablemente fallidas en su desarrollo, cada cual por distintos factores. En Death Note, el manga que los catapultó a la fama, la densidad de los diálogos de Ohba obligaba a una lectura excesivamente pausada, lastrada ademas por la reducción del espacio a ocupar por los magníficos dibujos de Obata, uno de los mejores ilustradores del panorama actual. Siendo este un tema asumible, es sin embargo en el último tercio de la obra cuando queda tocada de muerte tras un giro de guión tan inesperado como imposible de solucionar.

Tras el éxito conseguido con Death Note, ahora franquicia multimedia compuesta por manga, serie de anime creada por el estudio Madhouse, novelas y varias películas de imagen real, las miradas estaban puestas en ellos con la comprensible expectación por un nuevo tebeo.

Ilustración de Bakuman, por Takeshi Obata

En Bakuman cambian los autores de registro hacia un shonen más clásico, perdiendo la profundidad argumental del género detectivesco, lo que redunda indudablemente en un lectura más ligera. Dos jóvenes de instituto deciden abandonar sus estudios para dedicarse a dibujar y escribir tebeos en Japón, intentando publicar en la revista Weekly Shonen Jump – donde de hecho aparecieron originalmente los 20 tomos del propio Bakuman en nuestro “mundo real” --. Se crea así una historia metareferencial, donde el propio tebeo cuenta cómo se hace el tebeo y cómo trabajan los autores, aquí representados por los jóvenes Mashiro y Takagi.

En un principio aparece Bakuman recubierta de un envoltorio romántico de shonen tradicional, pero rápidamente pasan estas tramas a un segundo plano, mostrándose únicamente como excusas narrativas para avanzar en el argumento principal, esto es, la evolución como autores, sus ventas, las distintas obras creadas y la rivalidad con los demás dibujantes que publican en la misma revista madre. Es aquí donde se muestra quizá fallida Bakuman, perdiendo a la larga las señas de identidad del género al que apuntaba, desdibujando a sus personajes femeninos originales y centrándose en exceso en lo metareferencial. Es, sin embargo, ameno y divertido de leer, y tremendamente motivador en cuanto al espíritu creador de sus protagonistas.

Es curioso también el descarnado retrato que realiza de la industria japonesa – probablemente sin proponérselo – al mostrar un funcionamiento alejado de la producción artística y centrado en las cifras numéricas, los votos y la competencia directa entre los compañeros de publicación, lo que sin duda explica la naturaleza de muchas obras provenientes de Japón, así como su extrema longevidad en algunos casos. Si funciona, no lo toques.