Post publicado originalmente en neverbyte.net, pero se me había pasado incluirlo por aquí.

Más conocido por su título original en inglés: Getting things done, o GTD, como se conoce al método de organización que presenta el autor. Hacía tiempo que quería hacerme con él, y he aprovechado la segunda edición para hacerme con una copia y mantenerla como “libro de emergencia” para ir leyendo cuando uno… se sienta en el trono, vaya.

Organizate con eficacia, de David AllenHonestamente, es infumable. Y no creo que vayáis a encontrar críticas objetivas de este libro, por una razón obvia: los lectores habituales son personas que ya están interesadas en los sistemas de organización y mejora de la productividad, un mundo tremendamente endogámico en el que la gente que habla sobre mejorar la productividad se dedica profesionalmente a… hablar sobre mejorar la productividad, sin aplicarlo realmente a ningún campo profesional concreto.

Es el mismo caso de los libros de autoayuda empresarial (al estilo ¿Quién se ha llevado mi queso?, Fish!, o similares). Escritos por gente que ya está metida en la rueda, leídos por gente que también está tan metida en la rueda empresarial de los Jasp que no pueden analizar los textos con objetividad. Pero dejaremos esos libros para otro momento, que merecen un post aparte.

El caso de Getting things done es el siguiente: el autor postula un método fuertemente definido y compartimentado en claras fases, orientado a almacenar información sobre tareas pendientes, de modo que la continua utilización de este sistema permita tener la mente libre de las labores organizativas, dejándola centrarse únicamente en “hacer” las tareas.

El método descrito no está mal. Yo lo encuentro excesivamente rígido para ser realista en el día a día, pero ya el propio autor afirma que esto es cuestión de afinar lo que nos vaya bien y dejar de lado lo que nos vaya mal, “personalizando” el método para que se ajuste a nuestras propias necesidades. Sin embargo, el problema del libro viene por otro lado: se hace eterno.

Como muchos otros ensayos temáticos del estilo, parece verse forzado a cumplir dos objetivos:

  1. Superar las trescientas páginas, sí o sí.
  2. Estar escrito teniendo en mente que puede estar leyéndolo un niño de cinco años.

El primer punto ya lo hace demencial, porque se hace notoria la inmensa cantidad de paja que destila cada capítulo. Los mismos conceptos son explicados página, tras página, tras página, cuando ya los has entendido perfectamente en el primer párrafo. Ejemplar en este caso la explicación de lo que es un brainstorming, perdón, una lluvia de ideas, cuestión que se alarga durante seis interminables páginas (y eso que incluye un pie de página mencionando que ya se ha explicado cien páginas más atrás). Si a estas alturas de la vida uno no sabe lo que es un brainstorming, no sé qué hace leyendo este libro.

Si a esto le añadimos el segundo punto, apaga y vámonos. El autor nos quiere explicar (por poner otro ejemplo) las bondades de tener un puesto de trabajo en el domicilio particular, satélite de la oficina (podríamos entrar en la definición de esclavitud con este tema, pero esto lo dejaremos también para los post dedicados a ¿Quién se ha llevado mi queso?). En lugar de mencionar sin más dichas bondades que, llegado a ciertos puntos de responsabilidad, realmente pueden ser interesantes, para poder repasar tareas del día siguiente, o incluso terminar trabajo pendiente, nos encontramos con que el autor entra en recomendaciones sobre cómo ha de ser el escritorio, llegando incluso a incluir una lista de objetos que debemos tener que incluye (cito textualmente):

  • Post-it medianos
  • Clips
  • Una grapadora y grapas
  • Cinta adhesiva
  • Gomas elásticas
  • […]

Me encanta el detalle de que los Post-it sean medianos, y el concepto de que hace un lustro que no utilizo clips, cinta adhesiva ni gomas elásticas para nada relativo al trabajo.

Cantidades ingentes de paja para poder hacer que el libro alcance un determinado peso y parezca más sesudo de lo que es. Si realmente se fuera al grano y simplemente se presentara el método como si todos fueramos adultos competentes, seguramente me interesaría mucho más. Esto se hizo tremendamente obvio cuando me descubrí realizando lecturas en diagonal realmente flagrantes a partir del primer centenar de páginas, que es algo que no me gusta hacer con ningún libro… aunque este lo pide a gritos.

Al menos espero que todo este post explique lo extraño del título “el libro, no el método”. El método puede resultar bueno si, como he dicho anteriormente, se personaliza para quedarse con lo que a cada cual le interese. El libro, en cambio, es casi imposible de leer.