Hace unos días tenía visita en casa, algo poco habitual. Mi castillo rara vez se ve invadido por nadie, ya que suelo ser yo quien visita a los demás. El caso es que tenía visita. Estuvimos viendo Alta Fidelidad, película que no me cansaré de recomendar, y al terminar esa visita se fijó en la XBox 360 que está junto a la televisión, haciendo la bonita pregunta de “Eso es con lo que tú juegas, ¿no?”.

Después de un primer pensamiento de “Empezamos mal…” trató de convencerme para que pusiera algún juego. Yo no tengo ninguna necesidad de pasar por esa fase en la que tratas de convencer a alguien para que adopte tus mismas aficiones, de hecho es algo que me sobra por completo y que no necesito que suceda. Para ser más precisos tengo muchos más conocidos con los que no comparto aficiones que con los que sí.

Así que tras un rápido diálogo de “Si tú no juegas a estas cosas porque no te interesan, no te van a gustar”, respondido por un “Que sí, que quiero probar alguno”, decidí que lo mejor era que escogiera qué quería probar de entre los juegos que tenía. Y ahí me mató con dos frases:

- Pero si son todos el mismo juego.
- ¿Qué?
- Sí, mira, son todos un tío con un arma.
- …

Y es que lo peor es que no puedo quitarle la razón. Los juegos que tenía en ese momento eran Gears of War, Call of Duty 4, Mass Effect, Assassin’s Creed, Bioshock, Halo 2 y 3 y Lost Planet.

Tras este detalle, podría hablar de muchas cosas. Por ejemplo, de lo complicado que es para alguien no acostumbrado a un pad manejar dos sticks en un juego de perspectiva subjetiva (uno para el movimiento y otro para la mirada). Nos echamos unas risas viendo a un personaje correr mirando siempre al suelo y disparando a la nada.

Pero lo que me queda es el pensamiento de que, pese a que todos esos juegos son joyas de la jugabilidad electrónica, o bien yo me estoy centrando mucho en un único tipo de entretenimiento, o bien la industria del videojuego está sacando un millón de cosas que, al fin y al cabo, sí son el mismo juego.